jueves, 19 de junio de 2008

yo no quiero volverme tan loco

YO NO QUIERO VOLVERME TAN LOCO

(o la tragedia del héroe rock)

“Señora, yo tengo este trabajo

Soy una estrella de rock:

a mí me pagan para bajarme los pantalones,

demoler hoteles, violar chicas”.

Charly García

A Sergio Parra

Y bueno la cosa es así, literalmente:

He demolido hoteles en Buenos Aires, Río de Janeiro,

Santiago de Chile y el demonio sabe qué más

y por dónde

pero siempre ha sido porque la cama estaba en llamas

cuando me acosté.

En cierta ocasión me bajé los pantalones en un concierto

de caridad

para que dejaran de jorobarme unos pelotudos

con pinta de fachos:

Ya no violo chicas, es cierto,

AHORA ELLAS ME VIOLAN A MI:

la última tentación de disco

una piba de 17 que me tuvo de los pelos

y por la que me trencé a piñas con la policía,

la progenitora y el padre

que resultó ser mi más devoto fans

desde los mismísimos tiempos de Sui Generis,

mirá vos.

¿La tragedia de un rockstar enfundado en su walkman

y sus grammys y sus groupies?

A veces me voy de viaje lejos/ muy lejos/ a los confines

De mí:

Casandra Lange, Say No More, La vanguardia Es Así,

esa onda, viste.

Lo único claro a estas horas del peor show de mi vida

es que voy a morir aullando un rock sudaca, desafinado

y de la putamadre

en el último salto al vacío forever unplugged

con los dientes rotos y las puertas del cielo las 24 horas abiertas

DE BAR END BAR:

(Egor Mardones “Playback”, en Revista “Extremoccidente”, Santiago de Chile, año 2, Nº, 3, 2004)

CANCIÓN CLÍNICA

A Charly


La decoración de los hoteles es
cada día más espantosa: los hoteles
son cada vez más espantosos.
Un sordo pintó estas paredes de blanco
lechoso, otro sordo se restregó acá
con un par de sordas, mientras afuera toda esa gente
pierde las manos y los pies bajo
esa nada blancolechosa del cielo
invernal. Uno de estos días se quedará
vacía Argentina, y los humildes, pobres,
imaginarios transeúntes darán sus tripas
al mundo, continuos días y horas en el más
lechoso abismo. No vas a estar ahí.
De cara a la pared de clínica más azul
e infinita, los enfermeros te dirán
cuál era el truco de todo esto,
mientras Latinoamérica se transparente
y gasifique con la densidad necesaria
para caber en la pantalla de un iPod
portátil. El truco no es la verdad o la
belleza. Cualquier paramédico
lo sabe en la más clara medida
de su experiencia. Hay que internarse para saberlo,
llevar la certeza más vacilante en el hígado,
hacer que los electrodos te revienten
los oídos para poder al fin escuchar
las arpas finales de este mundo
blancolechoso. Abandonar los hoteles.
Volver a casa y vivir el incendio que, cada
mañana, hace que las cosas
aparezcan fuera de su sitio.
Ser parte del cuerpo médico, y esperar
con un café la hora de la peste, observando
la infinita, limpia y abismal pared
manchada de gasa, algodones,
alcohol y toda la gama de desinfectantes
que el mundo conozca,
los mensajes inútiles de los que acá
agonizaron, sordos
y enfermos.


Carlos Henrickson.